Eso es lo que quiero, una respuesta del Cielo. Quiero oír Su Voz; no la voz del gerente, no la voz del alcalde, no la voz del gobernador, no la voz del obispo. Quiero oír Tu Voz, Señor. Esa mansedumbre y dulzura del Espíritu Santo hablando en mi corazón: “Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados”. Sí, Señor, estamos acostados bajo un árbol de enebro ahora. Estamos esperando, viendo qué dirá Él.